El Huracán Lava Jato y la extinción del modelo de político del siglo XX
Lava jato, el escándalo de corrupción política y empresarial más grande en nuestra historia, ha pasado como un vendaval y remecido en sus cimientos a toda la clase política peruana. Aún es pronto para decir lo que quedará en píe y lo que será finalmente arrasado cuando el temporal haya pasado. Pero, lo que sí se puede afirmar es que nada volverá a ser lo mismo. Hay toda una manera de hacer política y de modelo de político que en el Perú ha llegado a su fin. El político del siglo XX se ha extinguido.
Esa relación que se estableció en la vida política peruana entre los señores de siempre y los ciudadanos de nunca, ha llegado a su fin. Ahora los poderosos saben que no quedarán impunes y, la gran lección republicana que nos han dado, un pequeño grupo de valientes y honestos fiscales y jueces, es que nunca más en el Perú nadie estará por encima de la ley y que a la larga el crimen no paga.
Aquel modelo de político que sólo veía en la función pública un modo de enriquecerse o de llenar sus carencias narcisistas a expensas del dolor y el sufrimiento de los más necesitados ya no da para más. Hoy, como hace casi doscientos años, una nueva oportunidad de independencia nos ha llegado desde fuera. Aquella, es la independencia mental que nos debe hacer reflexionar en torno a nuestra propia responsabilidad en todo lo sucedido y llevarnos a asumir con mayor interés nuestro rol ciudadano.
La extinción de este modelo de político del siglo XX sólo será posible si tenemos el coraje de asumirnos como ciudadanos responsables. Fuimos capaces de hipotecar nuestra libertad a cambio de seguridad y la estabilidad económica. El resultado de ello, fue una atroz dictadura que mató a inocentes, y la aplicación de treinta años de política neoliberal que convirtió a los ciudadanos en emprendedores y consumidores totalmente despolitizados y sin ninguna capacidad de reacción frente a todo lo que sucedía en nuestras narices.
El desmantelamiento de nuestras instituciones y de los partidos políticos también provocó esta debacle. El que las autoridades hayan permitido esto es algo por lo que en algún momento tendrán que responder. Lo cierto es que el político del siglo XX provocó todo ello, dejándonos como herencia una nefasta dictadura y continuando con el legado de ésta. En los últimos 40 años la historia política del Perú ha ido cayendo en un proceso de descomposición cada vez más fuerte del que parecía no existía salida. Un proceso que afectó la estructura misma del tejido social y que reproducimos en nuestras relaciones más cotidianas: violencia, autoritarismo, informalidad, etc. La “cultura chicha”, tan alabada por algunos científicos sociales en los noventa, se terminó convirtiendo también en una cultura que pasó de la transgresión a la permisibilidad con el delito. Se instituyó así un pacto infame que parecía decir: Te dejo robar a cambio que me dejes transgredir o Roba pero haz obra.
Es ese pacto el que hoy tenemos la oportunidad de romper y volver nuevamente a instituirnos, en el sentido de Castoriadis, como una sociedad de ciudadanos. Lo que se ha revelado hasta el momento no sólo nos muestra que la cleptocracia no conoce de ideologías, sino que sobre todo, nos ha enseñado la profunda miseria de aquellos que alguna vez nos gobernaron. Pese a lo abrumadoras que son las evidencias de sus fechorías ni uno sólo ha sido capaz de asumir su responsabilidad y reconocer al menos que se equivocó. La soberbia y la cobardía como sino distintivo del político del siglo XX que no debe volver más. El sentimiento omnipotente de creerse por encima de todos los demás al punto de preferir, en algunos desquiciados casos, la muerte antes que aceptar sus culpas. Valientes en el poder, cobardes al momento de afrontar responsabilidades.
Sin embargo, todo este proceso recién inicia y existe una poderosísima presión y fuerza porque se detenga. Como toda especie en extinción, la del político del siglo XX, se rehúsa a morir y el peligro es que nos arrastre a todos en su inevitable desaparición. Estamos en un punto de no retorno, en el que continuamos decididamente con el apoyo al trabajo de quienes vienen dando resultados efectivos en la lucha contra la corrupción o caemos nuevamente en el marasmo de un estilo de vida que acabará por destruir el tejido social y hacer la vida insoportable. La tremenda arremetida de prácticamente todos los sectores políticos, desde el presidente hasta el opinólogo, contra el equipo de fiscales va dirigido a que no se investigue más y nunca lleguemos a saber la verdad de lo que hicieron. El secretismo y el ocultamiento es otra de las características del político del siglo XX.
Por eso, es fundamental el apoyo que desde la sociedad civil se pueda brindar a quienes se juegan la vida porque sepamos todo lo sucedido en estos terribles años. Por más horrenda que nos parezca la verdad que hoy se va conociendo, es imprescindible que la sepamos pues sólo así podremos saber también todo lo que fuimos capaces de permitir. La esperanza es precisamente que nunca más volvamos a ser condescendientes con el robo y la impunidad, que nuestra relación con el servicio público cambie de una manera significativa y comprendamos que parte esencial de la ciudadanía es involucrarse en los asuntos públicos que implican el bien común. Es decir, desarrollar nuestro sentido comunitario y solidario con los otros que comparten el mundo con nosotros.
Para lograr esto, las condenas judiciales serán necesarias pero no suficientes. Ya pasamos por esa experiencia con la caída del fujimorismo. Toda la cúpula de gobierno, incluyendo al dictador, presos y condenados para que veinte años después estemos nuevamente donde comenzamos. Necesitamos algo más que eso. Requerimos de un cambio que apueste por la estructura misma de nuestra sociedad. Esa transformación sólo puede ser posible a partir de un nuevo acuerdo social que tenga claro qué queremos ser como comunidad. Sólo el conocimiento de nosotros mismos nos podrá permitir restituir el bien común que parece hemos extraviado. La apuesta republicana hoy es decir que aún hay esperanza y que para mantenerla es necesaria la verdad.